13 noviembre 2007

Bajo el mismo cielo


“Me pregunto si habría una forma de comprar un trozo de desierto en Egipto…para esa gente que nos avergüenza; tendrían que asignarles los trabajos más duros”. Estas fueron las desafortunadas declaraciones que el titular del Ministerio de Exteriores de Rumania, Adrián Cioroianu, pronunciaba la semana pasada en una televisión estatal para mostrar su rechazo a la etnia gitana. Las palabras del ministro achacan a esta minoría, tan solo un millón y medio de los 20 millones de habitantes que residen en el país, la mala imagen que Rumania proyecta en el exterior. La incendiaria intervención se avivó a partir del reciente decreto aprobado por el Gobierno italiano con el que se permitía expulsar del país a los ciudadanos de la Unión Europea considerados peligrosos, en referencia clara a los rumanos afincados en Italia.

Ésta fue la respuesta que los máximos dirigentes trasalpinos dieron al cruel asesinato de una mujer, con la única intención de robarle el bolso, a manos de un inmigrante rumano de origen gitano. La iniciativa ideada por Walter Veltroni, actual alcalde de Roma y probable sucesor de Prodi en la presidencia del consejo de ministros, no ha dejado indiferente a nadie y las replicas no se han hecho esperar desde los diferentes países y organismos implicados en el conflicto. La más inmediata fue la reunión de urgencia que tuvo lugar el pasado jueves en Roma entre el primer ministro rumano, Calin Popescu Tariceanu, y su homologo italiano.

Tras este encuentro en el que se trató de abordar conjuntamente la crisis que ha afectado a la nutrida comunidad rumana asentada en Italia, más de medio millón de personas, las aguas han vuelto a su cauce en un río muy agitado por el ambiente preelectoral con el que ya conviven los italianos. Así, tras la advertencia de la Comisión Europea de Justicia que dictaminaba que toda expulsión de un ciudadano de un país miembro de la Unión Europea debe ser individual y apelable ante la justicia, el Gobierno encabezado por Giorgio Napolitano ya ha suavizado el decreto y la expulsiones serán puntuales.

Entre los acuerdos de colaboración más destacables, salidos de la reunión, Prodi y Tariceanu abogaron por la formación de una fuerza policial conjunta y por la petición a Bruselas de fondos estructurales para la creación de programas de integración social para los inmigrantes sin recursos dentro de la UE. Ésta aproximación política será el clavo ardiendo al que se tendrán que agarrar, entre otras nacionalidades, los más de dos millones de rumanos que viven en el extranjero, el 10% de la población. Una presencia que desde el uno de enero de este año se ha multiplicado en países como España y la propia Italia con la eliminación de las restricciones fronterizas hacia la Europa comunitaria.

El éxodo masivo de emigrantes rumanos a otras regiones del viejo continente se explica con cifras que expresan la realidad que tiene que soportar un trabajador medio en Rumania. Un rumano gana de media, según datos de Eurostat, unos 300 euros brutos al mes; mientras el salario medio de un trabajador en la UE es de 2.041 euros. La renta por habitante a penas alcanza el 30% de la media comunitaria. La evidente descompensación económica ha dado como resultado la tendencia actual de desbandada hacia otros países en busca de condiciones de trabajo más favorables. Desde la caída del comunismo en 1.989 uno de cada diez rumanos ha abandonado el sureste europeo en busca de una vida mejor.

La iniciativa de Veltroni en Italia o las palabras xenófobas de Cioroianu, que no ha sido despojado de su cargo, han vuelto a revivir los fantasmas de la vieja Europa intolerante e intransigente de siglos anteriores. Los gitanos son ahora lo que en otras épocas fueron los judíos o incluso los masones, víctimas de la segregación social y cultural de los pueblos. Una vez más Europa vuelve a tropezar con los mismos errores de un pasado, no tan lejano, y excluye a las minorías por cuestiones raciales. Al parecer, los prejuicios y estereotipos continúan siendo parte activa de una Europa que aspira a ser un “espacio común” pero que de momento todavía no comprende que todas las razas, pueblos o religiones respiran y conviven bajo el mismo cielo.


Centro de Colaboraciones Solidarias. Universidad Complutense de Madrid.

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