04 mayo 2008

El mercadillo de las oportunidades (II parte)

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Tradicionalmente, la actividad comercial se desarrolla entre las 9:00 de la mañana y las 15:00 de la tarde. Como ya se mencionó, en el rastro se puede encontrar de todo, pero si hay un producto típico de este mercadillo al aire libre esas son las mercancías viejas y extrañas, rarezas y los objetos variopintos. Adaptando, el dicho popular de “si algo no está en El Corte Inglés, no existe”, deberíamos decir que “si algo no se vende en El Rastro, es que no se ha inventado todavía”.

Pero en este mercado de ocasión no solamente hay lugar para comprar y vender sino que en pleno siglo XXI todavía queda un pequeño rescoldo para el trueque. Resulta curioso ver como padres e hijos madrugan para ser los primeros en llegar a la plaza y poder intercambiar con otras familias los cromos repetidos de la liga de fútbol o cambiar con otro niño la última entrega de un coleccionable que por fin permite terminar la colección. Las satisfacciones y los vítores de los que han hecho un buen canje se mezclan con las decepciones y las contraofertas de los que se van descontentos esperando a que llegue el próximo domingo en busca de un mejor negocio y en el que todo vuelve a comenzar.

Aunque la inquebrantable ley de la oferta y la demanda no lo quiera, El Rastro de Madrid es mucho más que un centro comercial en plena calle. Este entramado de calles constituyen, también, un cuadro de costumbres de la sociedad que nos envuelve pintado con temperas de lenguas particulares y regateos universales. Madrileños vestidos de chulapos ofreciendo dulces de barquillo, ancianas tocando el organillo, extranjeros vendiendo “discos pirata” a mitad de precio o Hare Krishnas haciendo honores a su fe son las pinceladas coloristas de un lienzo que dibujan miles de personas cada fin de semana.

Así es el ajetreado Rastro de Madrid. Un ruidoso lugar de encuentro en el que cada tenderete engalanado con ofertas imposibles y artículos exóticos esconde una oportunidad para el cliente. Una ocasión irrepetible para conseguir ese libro viejo olvidado que nunca encontraste, ese póster de los Beatles que siempre quisiste o esos pantalones hippies que ya no se muestran en los escaparates de la Gran Vía.

Sólo en “el mercado de las oportunidades”, abiertos domingos y festivos, hasta fin de existencias.
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02 mayo 2008

El mercadillo de las oportunidades (I parte)

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El que no ha madrugado una mañana de domingo para visitar el rastro, definitivamente no ha estado en Madrid. Y si no que se lo digan a Joaquín Sabina que no hace muchos años nos cantaba, con su voz rota y con la frente marchita, que iba “cada domingo al rastro a comprar carricoches de miga de pan y soldaditos de lata”. Y bien que hacía el cantautor jienense, por mucho que el título de aquel disco de los 90 dejase entrever que aquello no era más que una mentira piadosa.

Si hay algo que no está todavía en el stock de las modernas tiendas del centro o que definitivamente está descatalogado en los establecimientos del mercado de Fuencarral, seguramente se pueda comprar, a buen precio, en alguno de los miles de puestos (3500 según la normativa municipal) que se amontonan en domingo y en fiestas de guardar por la calles que conforman la zona de La Latina, el centro histórico de Madrid.

El origen de El Rastro está en los siglos XV y XVI cuando algunos mataderos y curtidores de pieles se asentaron en esta zona de las afueras de la Villa de Madrid. Poco a poco, con el paso de los años y de los siglos, enclaves como la Plaza de Cascorro o la Ronda de Toledo se convirtieron en verdaderos centros mercantiles gracias a la llegada de otro tipo de comercios dedicados a la venta de productos muy diversos. Hoy en día El Rastro sigue siendo un punto de encuentro obligado entre compradores y vendedores.

Pero, ¿Por qué un mercadillo ambulante recibe el nombre de “rastro”? La respuesta, según dicen, está en sus comienzos. Hace cientos de años había varias curtidurías en torno a la calle Ribera de Curtidores que estaba próxima al matadero que se encontraba en la ribera del Río Manzanares, por lo que al transportar arrastrando las reses ya muertas con sus pieles desde el matadero hasta las curtidurías se dejaba en la calzada un rastro de sangre, que no tardaría en dar nombre al mercadillo de las oportunidades que conocemos en nuestros tiempos.

Para el escritor alemán Hans Magnus Enzensberger, el rastro es la última frontera entre Europa y África, y tanto que es así, si tenemos en cuenta la diversidad de culturas de diferentes países y etnias que se dan cita cada mañana de rastro en los aledaños del barrio de Embajadores (distrito Centro) con la intención, siempre, de encontrar curiosidades y gangas, hacer turismo, degustar la gastronomía madrileña o simplemente pasearse por uno de los lugares más representativos de la capital.

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