30 enero 2008

Piedras en nuestro propio tejado

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La compensación voluntaria de emisiones es un negocio que mueve alrededor de 1.000 millones de euros al año, la mayor parte de ellos sin control. Esta paradójica forma de sacar partido a la solidaridad crea una sinrazón en la que no importa cuanto se contamine siempre que luego se pague por ello.

A medida que el cambio climático ha hecho mella en la conciencia de la sociedad y las empresas se afanaban por colgarse la vitola de ecologistas surgió un nuevo caudal financiero para compañías de distintas tipologías: el mercado voluntario de emisiones. Se trata de organizaciones, por lo general de carácter no gubernamental, que ofrecen la compensación de los niveles de contaminación en la atmósfera, que alcanza cada entidad, sin que estén obligadas.

Estas fundaciones nacieron, en su mayoría, en 1997 al abrigo del protocolo de Kioto según el que 36 países acordaron reducir las emisiones de gases a nivel global en un 5,2 %. Aquellos que no cumpliesen con sus objetivos preestablecidos se les permitió comprar derechos de emisión a los países en desarrollo a través de la inversión en tecnología no contaminante. En 2006, este sistema de mercados voluntarios movió 300 millones de euros, cuatro veces más que el año anterior y cuatro veces menos que en 2007. Un sector de esta magnitud que multiplica, cada año, por cuatro su flujo económico es una burbuja que amenaza con estallar en cualquier momento.

Ecosecurities es una de las mayores multinacionales del negocio del CO2. Su cometido es calcular, para las empresas que requieren sus servicios, el volumen de gases nocivos emitidos por estas y buscar alternativas basadas en la producción de energía limpia que compensen el daño medioambiental de sus clientes. La construcción de una central hidráulica en Latinoamérica o la plantación de miles de árboles en Indonesia constituyen la línea de proyectos ecológicos más socorrida por una organización que compensa, entre otras, las emisiones de Nike o de los condados de Klamath y Lake Counties, en Oregón.

El problema está en que muchos de estos sistemas de desagravio no están certificados. Según las palabras de Alejandro López Cortijo, director para España de Ecosecurities, “en los últimos años están proliferando firmas que ofrecen cupos de CO2 sin control”. El precio de estas compensaciones oscila entre los cuatro y los veinte euros por tonelada, un coste inferior sería motivo de desconfianza.

Este sistema, tan discutible, es un gran negocio para algunos pero, sin embargo, no se sabes si será efectivo para paliar las consecuencias catastróficas del cambio climático. De momento las previsiones no auguran cifras esperanzadoras. Para 2020, el tamaño del mercado mundial de carbono podría dispararse hasta los 565.000 millones de dólares.

El negocio del CO2 voluntario se suma al que ya afecta a las eléctricas debido a la decisión, por parte de algunos gobiernos de la UE, de recortar las cuentas del sector tras los excesivos derechos de emisión, asignados hasta el año pasado. En los últimos tiempos, el mercado de compraventa de derechos se ha hundido. La tonelada de carbono se ha desvalorizado en exceso para los interesados. Desde Bruselas se piensa ya en un nuevo coste para la contaminación que podría variar entre los 16 y los 38 euros para los próximos cuatro años.

Ya no es posible un desarrollo a toda costa, sino que la sociedad exige una apuesta clara por la sostenibilidad. Y esa apuesta empieza en la implicación personal de cada individuo. En la web http://www.ceroco2.org/ se ofrece información para proteger el clima y detener el calentamiento global desde la iniciativa de cada uno. Se muestra, además, la posibilidad de calcular en que medida cada ciudadano contribuye, en su vida diaria, al mismo. Como media un, español emite casi 10 toneladas de dióxido de carbono al año. Su compensación estimada costaría 40 euros por persona.

Hay alternativas posibles y capaces de reducir las emergencias del cambio climático pero todas ellas pasan por que empresas, gobiernos y sobre todo ciudadanos se involucren de una manera decidida y activa en la búsqueda de soluciones comunes. Obtener beneficios de una supuesta solidaridad ecológica no es más que tirar piedras contra nuestro propio tejado: la capa de ozono. Un sello verde, sin compromiso real, no sirve para tapar tantos agujeros.


Centro de Colaboraciones Solidarias. Universidad Complutense de Madrid.

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2 comentarios:

Alejandro Marcos Ortega dijo...

El problema de la gente es que se piensan que ellos pueden ir tirando con la contaminación que hay, que el problemalo solucionen los de después.

Unknown dijo...

En fin gallego, que te voy a decir yo del cambio climático. Yo, que me he desvivido por defender a la montaña en la que descansa mi pueblo. Luchando contra mares y mareas para que no siguieran construyendo en ella y nada, en las elecciones del 2007 el PP, que gobierna aquí, sacó 1000 votos más, de una población de 15000. Resulta indignante y de una impotencia absoluta ver como nos estamos cargando el Planeta; ver como en Invierno estamos a 18 grados; como hay sequía en zonas como Galicia; como se van desertificando cada vez más lugares de nuestro país...
En fin, la resignación nunca fue una solución válida así que no nos resignemos y sigamos trabajando para defender nuestro planeta en la medida que nos sea posible para dejar a nuestros hijos, al menos, un mundo en las mismas condiciones en las que lo tomamos nosotros, qué menos.
Un saludo y ánimo gallego, que hay muchos puntos en las radios para nosotros.

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