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Quizás, estemos, sin saberlo, en la antesala de
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El ejemplo más palpable está en los asistentes virtuales con los que quién más y quién menos ha tenido que lidiar alguna vez para llevar a cabo diversas diligencias. Una herramienta de atención al cliente que para el usuario medio genera antipatía pero que para muchas empresas es la rúbrica que representa la promesa firme de un incremento en las ventas y la reducción de costes. Pese a todo, a casi nadie le gusta hablar con máquinas. Y precisamente, esa capacidad, la de hablar, es la que ha dejado de ser una propiedad exclusiva y distintiva de las personas para convertirse en un bien compartido con robots humanoides construidos a nuestra “imagen y semejanza” pero diseñados para superarnos en nuestras habilidades y destrezas.
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Sus voces no sufrirán de afonía ni se entrecortaran jamás. Tampoco se deformaran con tartamudeos nerviosos o salidas de tono en momentos de apuro. Sólo reproducirán de manera mecánica las frases pertinentes, ni una más ni una menos. No habrá ningún tipo de modulación ni expresión. Sólo opciones descritas en orden alfabético para terminar con un raquítico “pulse uno cuando escuche la opción deseada”.
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El ser humano es extraordinario, no cabe la menor duda. Aunque el “milagro de la palabra” le haya sido arrebatado como bandera de su originalidad, todavía se mantiene intacto el argumento de los sentimientos como aquello que nos diferencia y que nos hace únicos. La capacidad de experimentar la nostalgia por un pasado mejor, de sentir tristeza o dolor por las miserias de la existencia, alegría en los instantes felices o amor por quién es capaz de llenar el vacío siguen siendo códigos indescifrables para cualquier programa informático.
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Si en
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“¡Tú no eres más que una vulgar imitación!”, le dice a una máquina con supuestos sentimientos el detective Spooner. El policía, ante la posibilidad de que el descendiente más evolucionado de la revolución industrial pueda poseer emociones, lo pone a prueba: “¿Puede un robot escribir una sinfonía? ¿Puede convertir un lienzo en blanco en una obra maestra?”. Al robot le viene a la ¿mente? la más tajante de las respuestas: “¿Puedes tú?”.
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A partir de ahora, si la clasificación de Aristóteles sobre las herramientas con las que se levantaba
1 comentarios:
Tienes un blog muy bonito, pero parece que lo has dejado... es una pena!
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