31 agosto 2008

Babel: el cielo puede esperar

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Se cuenta en las sagradas escrituras que, una vez, hace miles de años los hombres quisieron tocar el cielo con la yema de sus dedos. Pensaron que si construían una torre más alta que las nubes alcanzarían las estrellas y verían desde las alturas las inmensas llanuras de la creación.
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Cuando solo faltaba por colocar la última piedra de aquel sueño desafiante, la confusión se adueñó de sus lenguas y desarticuló las palabras que antes de su absurda avaricia los había convertido en un pueblo.
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Desde entonces la tierra se fragmentó en mil pedazos independientes, separados por trozos de tela coloreados por viejos ideales y prejuicios del pasado. Lo que antes había sido una mirada conjunta hacía el horizonte se transformó de repente en un inmenso océano de lagrimas amargas y ojos que no quieren ver más allá de sus pies. Las bajezas más miserables del hombre naufragaron, sin remedio, a la deriva de un mundo que pierde el rumbo cada vez que gira sobre si mismo.

Pero no todo está perdido, al menos no mientras tu risa siga significando lo mismo en tus labios que en los mios, lo mismo para cualquier persona ya sea del norte o del sur. Al final, a pesar de que nuestras voces suenen diferentes todos tenemos un nudo que nos ata a la vida y que nos hace iguales.
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Hemos construido torres muy altas en busca de un universo infinito en el que vivir en paz pero hemos fracasado estrepitosamente desplomando, sobre la tierra quemada por la pólvora de nuestras disputas, los valores que nos hacen humanos.
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Hay esperanza, pero las respuestas de tantos interrogantes están cifradas en el código secreto que marcan los latidos de los millones de corazones que pueblan el mundo. Ahora solo falta que alguién, aquí en la tierra, sepa escuchar la melodía que después de todo nos hace irrepetibles.
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Mientras tanto, el cielo puede esperar.
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