24 febrero 2008

El continente asiático: el basurero tecnológico del siglo XXI


Miles de toneladas de deshechos electrónicos llegan cada día a países como China, Pakistán o la India para convertirse en gigantescos vertederos de tecnología obsoleta. Allí los aparatos que pueden ser reparados se venden en el mercado negro o en tiendas de segunda mano y el resto es enviado a fábricas de reciclaje ilegales. Es el negocio de la e-basura.

Mujeres y niños trabajan en condiciones inhumanas para extraer los materiales que todavía tienen valor: cobre, hierro, silicio, níquel y oro en pequeñas cantidades son los tesoros que se esconden entre los desperdicios tecnológicos de occidente. El reciclaje es un gran negocio para los habitantes de los barrios más deprimidos de las grandes ciudades del sur asiático. La capital de la India, Nueva Delhi; Karachi, en Pakistan; o Guiyu en la provincia china de Guangdong son algunos de los lugares de destino para los 40 millones de toneladas anuales de basura electrónica que produce el mundo.

Eliminar esta chatarra es un proceso costoso y altamente contaminante si no se utiliza la tecnología adecuada. Los dispositivos electrónicos contienen niveles muy altos de componentes químicos como plomo, cadmio o mercurio que pueden acarrear graves problemas de salud tras una exposición prolongada. La falta de regulación y los bajos costes laborales son los intermediarios que habilitan este sucio negocio.

Cientos de personas trabajan en fábricas de desmontaje y procesamiento de estos residuos. Suelen ser talleres familiares, sin el equipamiento pertinente para desarrollar el proceso con seguridad y extraer los materiales reutilizables. Utilizan métodos manuales muy precarios, que implican el contacto directo de los trabajadores con substancias tóxicas lo que acaba por reportarles enfermedades respiratorias, pérdidas de memoria, problemas hormonales que derivan en dificultades de aprendizaje e incluso cáncer en el peor de los casos.

Samir, es un niño de 12 años que vive en uno de los miles de talleres clandestinos que se amontonan entre las callejuelas de Silampur, un barrio musulmán al norte de Nueva Delhi. Cuando quedó huérfano fue adoptado por el dueño de un pequeño taller ilegal de reciclado en el que trabajaba su padre antes de morir. Desde entonces su vida discurre en un cuarto oscuro, de pocos metros, rodeado de montañas de deshechos, cables y carcasas. La suerte que le ha tocado vivir a Samir en Silampur, es la misma que la de más de 100.000 personas en todo el continente.

La viabilidad de este negocio es administrada por mafias organizadas que coordinan todo el sistema desde ambos lados. Aún así nadie ve nada. El consumismo desaforado occidental es alimentado por el boom tecnológico y económico que envuelve a los países desarrollados de Europa y Norte América en el que se elaboran productos con una vida útil cada vez más reducida. El reverso de la moneda está en los países subdesarrollados de Asia en donde el reciclaje supone una vía de escape a la pobreza para muchas personas. Para la gente pobre no hay otra opción: “Se que un día moriré por este trabajo, pero o muero por ello o muero de hambre” dice un ex campesino que gana dos euros al día, el doble de lo que obtenía en el campo.

Las posibles alternativas a esta realidad comenzaron en 1989, con la firma del Convenio de Basilea según el que más de 120 países se comprometían a garantizar un control exhaustivo de las exportaciones hacía las naciones subdesarrolladas y a promover legislaciones más efectivas que defiendan una gestión responsable de los residuos. En 2008, esas soluciones, no son suficientes. No, cuando los mayores productores de e-basura como Estados Unidos o Rusia siguen sin estampar su rubrica en el contrato vitalicio que nos une con el medio ambiente. No, cuando en la Unión Europea muchos firmantes de aquel tratado no lo han ratificado.

El futuro pasa ahora por la cooperación entre países y sobre todo por la concienciación individual de cada ciudadano. El mundo “artificial” en el que vivimos, compuesto por dispositivos manufacturados y cables pelados que nos conectan con la modernidad, amenaza con apagarse algún día y convertirse en un basurero de un tamaño estratosférico. Hacer que este planeta vuelva a funcionar es posible pero sólo si todos pulsamos convencidos el mismo botón de encendido.


Centro de Colaboraciones Solidarias. Universidad Complutense de Madrid.

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10 febrero 2008

Próxima estación: Esperanza

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Hay días en los que apetece poco, levantarse de la cama y subirse al frenético tren de cada día, que nadie sabe a donde va, pero que como dicen algunos, sólo pasa una vez. Es verdad. Jamás desde el principio de los tiempos hubo un día al que algún avezado contable le pusiera de nombre 10 de febrero de 2008, pero si eso sirve de poco, baste con saber que por muchas arrugas que tengamos nunca en la vida oiremos hablar de un día que vendrá que atienda a ese apellido. Solamente hoy, en primicia, es 10 de febrero de 2008.

Aún así, a veces no es suficiente. El sol de la mañana golpea en la ventana con sus rayos calidos y alargados. Pero no. Hay días en que puede que pasen trenes y trenes cargados de ideales, de sueños o de posibilidades, que no. Las sábanas se adhieren y se arremolinan tanto alrededor del cuerpo que es imposible separarse de ellas. A veces se está tan bien en la estación de "cinco minutos más" que no apetece hacer las maletas. Al fin y al cabo ¿a donde voy a ir?.

Esa pregunta se repite mucho en las cabezas desordenadas. ¿Y después que?. En fin después, nada. Es curioso como uno piensa y proyecta su vida tanto y de tantas maneras en el futuro que se deja olvidado el presente en el pasado. Resulta extraño, pero eso, por mucho que digan, no es vivir. Sólo esperar. Quizás, en esa estación, de la que hablábamos al principio. Y mientras tanto, otro tren repleto de viajeros y de ilusiones acaba de partir. Pero yo, no compré pasaje. De nuevo en tierra, en pijama y con cinco minutos menos.

Y aquí sigo, envuelto en sudores, tratando de recordar una buena escusa que me diga porque hoy tampoco me pude despertar. Y no es facil, tener siempre una buena respuesta que me deje sin preguntas. Simplemente una frase tan celebre como cobarde..."Vuelva usted mañana".

Y al día siguiente allí estaba, a primera hora con las marcas de la almohada en la cara y con el pijama de rayas esperando contestación. Sólo un timido "Lo siento, más suerte la próxima vez".

Llega un momento que uno ya se cansa de esperar y de escuchar disculpas inútiles. Entonces, abro los ojos, respiro hondo y si, hoy si. "Queda un billete en el último tren". No mañana, ni el mes ni el año que viene, en realidad tampoco hoy. Sino...ahora, a la una y veintidos minutos de la noche del 10 de febrero de 2008, aquí sentado en mi habitación. En Madrid. Mientras suenan notas dulces de Marlango. Con la ventana entreabierta y un palido foco alumbrando en la penumbra, tecleando instantes antes de preguntarle a la almohada, ¿Por qué no antes?

- Hoy si quiero vivir. exclame, ante la perplejidad del vagón.

- ¿Por qué?. pregunta el revisor.

- Porque solo hoy sere yo mismo, el yo de dentro de cinco minutos y el de hace cinco, viajan en otro tren.

- Que tenga un buen viaje. Próxima estación, Esperanza.
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07 febrero 2008

The Skateboarding bulldog

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El otro día, por casualidad, mientras navegaba por internet buscando cosas curiosas con las que pasar un buen momento encontré un video sorprendente. Y no es para menos, porque conoci a Tyson, un bulldog patinador que vive en Estados Unidos y que ocupa su tiempo de ocio delizandose sobre su patinete por las calles y las avenidas de su ciudad, demostrando sus cualidades perrunas allá donde va.
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El propio Tyson, o The sakteboarding bulldog como es conocido mundialmente, dice del patinaje, en su página web, que no es una simple afición con la que matar el tiempo sino que es su auténtico estilo de vida. Sin duda, un talento canino sobre ruedas, que hace de este simpático perrito un digno competidor del mismisimo Tony Hawk.
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No hay esquina o bordillo que se le resista, este estrafalario bulldog siempre tiene un as en la manga, o mejor dicho en la patita, para solventar y salir airoso de cualquier obstaculo que se interponga en su camino, por imposible que parezca. Y lo mejor de todo es que si se tropieza y se cae de su "extremidad rodadante" Tyson siempre se vuelve a levantar y continua su viaje hacia el olimpo de los perros extraordinarios. Todo un ejemplo de superación.
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Este es el enlace a través del cual se puede acceder a las increibles hazañas de Tyson. La nueva estrella del asfalto.
 

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